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El Médico - Noah Gordon

El Médico - Noah Gordon

El Médico forma parte de una trilogía de libros escritos por Noah Gordon, junto con Chamán y La Doctora Cole. Este escritor, licenciado en Periodismo y Letras y natural de Massachussets, narra con una facilidad asombrosa la historia de un joven, Rob J. Cole, desde el fallecimiento de sus progenitores. A la temprana edad de nueve años es adoptado como aprendiz por Barber, un hombre que recorre los caminos ofreciendo espectáculos de malabarismo y diversión y sus servicios como curandero. Rob aprende el oficio de “cirujano-barbero”, pero no se conforma con sus escasos conocimientos para ayudar al ser humano a la curación de sus heridas y enfermedades y emprende un largo viaje hacia Persia, en busca de más conocimientos.

La novela tiene una continuidad lineal en el tiempo, donde se van narrando las cotidianidades de este joven de la Inglaterra del siglo XI. Su lectura es fácil y amena, con una magnífica redacción y documentación. Aunque es un libro de casi novecientas páginas, no resulta pesado en ningún momento ni tampoco quieres devorarlo inmediatamente, ya que no crea ansias por conocer el final, sino que se saborea cada momento de su lectura.

Próxima novela de Noah Gordon:

 

Noah Gordon ha terminado su última novela: La Bodega, una historia de intriga política, vinicultura y amor, que transcurre en Catalonia, a finales del siglo XIX. Aunque es el tributo literario del autor a España, La Bodega es una historia universal, que seguro que cautivará a los lectores de Noah Gordon a través de todo mundo. Aquí en España, la bodega será publicada en español y catalán por la Editorial Roca en la segunda quincena del mes de octubre de este año.

¿Hipocondríaca yo?

¿Hipocondríaca yo?

A los siete años de edad, decidí que los médicos y yo no nos llevaríamos bien y me negué en rotundo a ir; y por supuesto, a que intentaran ponerme una inyección. Soy alérgica a la penicilina y eso me ha servido de excusa durante años para evitar los pinchazos. Lo cierto es que cuando te haces mayor, no te queda otro remedio que empezar a ir a revisiones de todo tipo. Las más temidas: las ginecológicas.

El día que fui por primera vez después de muchos años, me descubrieron un mioma. Yo, que soy un poco fatalista, estuve un mes doblegada por el nerviosimo y me hice adicta al ginecólogo. Iba cada tres meses, pensando que el temido mioma se habría convertido en un enorme cáncer. Lo cierto es que mi ginecólogo me hace descuento cada vez que voy, por clienta asidua.

Un mal día, me levanto con un dolor en el pecho acompañado de un buen bulto. Todo mi cuerpo tembló. No pegué ojo. Y mi mente vio la película de mi vida con las repeticiones de las mejores jugadas.

Al día siguiente me fugué del trabajo para ir de nuevo al ginecólogo. Nunca pensé que llegaría a pagar dinero para que me tocaran las tetas, pero así fue. Luego, casualidades de la vida, tuve que hablar por trabajo con la presidenta de una asociación contra el Cáncer de mama, y le comenté lo que me pasaba. La mujer, muy simpática ella, me habló de chicas que con treinta años habían dejado un bultito insignificante para volver a verlo al cabo de seis meses y que se había convertido en un cáncer de mama bien extendido.

Acabé haciéndome una mamografía por recomendación del ginecólogo. Yo pensaba que era una especie de radiografía, pero lo que no sabía es que para hacértela utilizan un instrumento de tortura que te aprieta los pechos hasta convertírtelos en una tortilla.

Cuando acabó la sesión de fotografía interior, mis piernas temblaban y me sentía mareada y con ganas de vomitar. Salí de allí como pude, jurándome a mí misma no volver. El resultado: nada demasiado sospechoso; vamos, que tengo un quiste.

Hace varios días, llevé una radigrafía de mi dolorida espalda al médico. Me diagnosticó artrosis. Yo ya me vi como una de esas viejitas que caminan como cuando las muñecas de Famosa se dirigen al portal.

Creo que sí, que soy un poco alarmista. Tal vez debido a que pasé tantos años sin ir al médico que cuando fui este año por primera vez,  la médico me decía: -Usted no viene mucho por aquí. Su ficha está vacía. Yo le contesté que había ido a médicos privados, por decir algo...

Lo cierto es que este año ya llevo varias visitas al médico de cabecera, al traumatólogo, al ginecólogo y estoy pensando ir a un dermatólogo.

En mi última visita al ginecólogo, tuve que cambiar. El mío habitual estaba de vacaciones y decidí ir a otro que éste recomendaba en su ausencia.

¡Qué tío! Un encanto. Cuando todavía estaba sobre la camilla y aún no me habían limpiado del gel ese que te ponen para hacerte una ecografía, él se despide de mí como si de su hija se tratara. Me da dos tiernos besos en las mejillas  allí mismo.

Yo quise abrazarlo y decirle:

- Gracias por atender con tanto cariño a una pobre hipocondríaca...

Estirando los músculos - Body Balance

Estirando los músculos - Body Balance

Ayer cumplí mi promesa. A las seis y media de la tarde allí estaba yo, armada de valor, decidida. Me paré delante de la puerta, respiré hondo y eché el último vistazo hacia arriba, hacia aquel cartel que ponía en letras grandes: GIMNASIO.

Entré bolso en hombro. No me había olvidado de nada, tenía la toalla, la ropa, el peine y los artículos de aseo por si me duchaba allí y hasta el candado para la taquilla, después de haber hecho una colección de candados durante todos estos años en que esporádicamente me apuntaba al mismo gimnasio.

Tenía la tarjeta automática y uno de los primeros números de socia. La de gente que ha pasado por allí desde que me apunté por primera vez hace ocho años. Pero siempre hay caras habituales, los de siempre, los vigoréxicos y los que van por temporadas, como yo, los monitores antiguos, con cara de cansancio y los nuevos, jóvenes y animosos.

Después de echar sapos y culebras por la boca por el abuso de precios, ya que en un año habían subido 9 euros, pagué la tasa y me cambié, dispuesta a dar vida a mis tendones y músculos.

Salí y me miré al espejo. Estaba aún maquillada, parecía que iba a un gimnasio de Melrose Place, con el rímmel aún cubriéndome las pestañas. Después saludé a mi ex profesor de Psicología, que por alguna razón siempre que me ve me cuenta sus andanzas y tras hablar de mis dolores de espalda, me cuenta a su vez sus lesiones y añade que a nuestros años nos empiezan todos los males. Yo le corregí. - Ey, macho, yo no tengo tu edad.-  Porque aunque se empeñe en parecer que tiene 30 años, esta vez se le olvidó darse el tinte y yo no podía dejar de mirar su canosa cabellera. Y los aparatos en la boca,que le daban un cierto aire de colegial, no podían disimular que las facciones de su cara también iban deshinchándose, confiriéndole esos rasgos que nos distinguen de una edad a otra.

Corrí  a la clase de Body Balance. El Body Balance es uno de esos deportes nuevos que mezcla ejercicios de Pilates, Yoga, Stretching y Thai Chi y que trabaja los músculos estirándolos, vigorizándolos y relaja las articulaciones. Los movimientos son lentos, pero no por ello dejas de sudar como un queso.

Tras un calentamiento muy armonioso y de suaves movimientos, como si intentases acariciar el aire que te rodea, pasamos a unos ejercicios bastante más duros. Oí como cada uno de mis huesos crujía cada vez que cambiaba de ejercicio, noté como el óxido intentaba desprenderse mientras rechinaban mis articulaciones. Mis músculos no tenían fuerza, mi pierna temblaba en un ejercicio de equilibrio al levantar la otra, y con mis brazos extendidos, parecía más un avión a punto de estrellarse que un silencioso planeador.

La monitora, al final de la clase, me preguntó si era mi primer día, yo le dije que sí y ella, sacó sus dotes comerciales de captadora de nuevos alumnos y me dijo que hacía muy bien las posturas y que mantenía la barbilla alta. En verdad que en la barbilla no tengo problemas y la subo y la bajo con una facilidad asombrosa.

Ahora sólo me queda, toda una vida de seguir practicando esto, si no quiero que la artrosis acabe con mi movilidad. Puede que dentro de unos años consiga hacer sin problema el avión planeador.

Las llamadas al 902 con tarifa plana

Las llamadas al 902 con tarifa plana

Seguro que alguna vez te has preguntado cuánto cuesta la llamada a los teléfonos 900 que hoy por hoy se han puesto tan de moda en empresas y organismos oficiales. Yo al menos, llevaba un tiempo con la duda de si estarían incluidos como llamada nacional en la tarifa plana de llamadas que pago junto a mi ADSL. Hoy he encontrado respuestas a estas dudas en Internet y he decidido compartir el fruto de mis investigaciones internáuticas con el que lea este post .

900

Los números que empiezan por el prefijo 900 (también los 800) son números gratuitos a los que podemos llamar desde cualquier terminal sin que la compañía teléfonica de turno nos sangre por utilizarlos. Los suelen ofrecer empresas como gancho para dar información y captar nuevos clientes y también algunos organismos de ayuda, para ofrecer información sobre algún tema de interés social. Pongamos por ejemplo un teléfono del Instituto de la mujer, el 900 152 152, que es un teléfono gratuito de ayuda para mujeres sordas. Si bien no entiendo para qué una sorda quiere llamar por teléfono, si no va a poder escuchar nada; todavía si fuese un número para vídeo conferencia con lenguaje de signos, lo entendería. En fin... misterios de nuestras administraciones públicas.

901

En el caso del prefijo 901, el coste de la llamada se reparte entre la empresa titular de la línea y el que realiza la llamada, sin que ésta llegue a superar los 0.04 € por minuto para el usuario, dependiendo de su compañía. Es una tarifa barata, pero no gratuita, así que no se beneficia de la tarifa plana que tengas contratada.

902

Los números que empiezan por el prefijo 902 son pagados totalmente por el usuario. El precio de la llamada es el mismo que el de una interprovincial Tienen ciertas utilidades para las empresas, ya que son teléfono digitales, que pueden funcionar como una centralita sin tenerla y ofrecer información grabada, ahorrándose así el sueldo de una operadora; pero para el usuario de una tarifa plana, añade un coste que podría ahorrarse llamando a un prefjo convencional.

En otros caso, de prefijos 900, la empresa que lo contrata puede además obtener beneficios sobre las llamadas en conjunto con la compañía de teléfonos contratada. Recordemos como han aumentado en TV los números de concursos, para votaciones y que suelen tener un prefijo 905.

Por todo esto y por más, a alguien se le ha ocurrido crear una página Web para acabar con los abusos de empresas y compañías telefónicas, ofreciendo información acerca de los teléfonos alternativos a estos prefijos 900, con la colaboración de usuarios que van ofreciendo información de dichos números.

Echadle un vistazo, porque vale la pena y os ayudará a reducir el precio de esas facturas que cada mes parecen crecer y crecer sin medida.

Os dejo el enlace: No más números 900

¡Resuelto! Los sordos se comunican por DTS (dispositivo telefónico para sordos) mediante mensajes de textos. Ya decía yo que no podían ser tan torpes...

 

 

EL VENDEDOR DE HELADOS

EL VENDEDOR DE HELADOS

Lo conocí una tarde calurosa del mes de julio, cuando la gente paseaba felizmente por las calles, despreocupada ya de cualquier problema y recién iniciadas las merecidas vacaciones de verano.

 Por fin encontré una heladería. Hacía esquina entre dos calles céntricas y bastante transitadas de la ciudad. Sobre la puerta, un enorme cartel anunciaba las habilidades mediterráneas: HELADOS ITALIANOS CASEROS.

Al principio, mi cabeza estaba totalmente centrada en leer todos los sabores que contenía aquella nevera multicolor, mientras intentaba convencerme a mí misma de que el helado de tres bolas iba a ser demasiado grande y además engordaría a razón de kilo por bola; no sé cómo ocurre, pero es así.  

Entonces me dijo algo que captó mi atención: - Nata con cerezas, no vas a cambiar de parecer ahora.

Yo levanté la cabeza y lo miré. Era un hombre de unos cincuenta y pico años. Conservaba una espesa cabellera gris. Su cara estaba marcada por los surcos de la edad, pero su boca lo rejuvenecía mostrando una perfecta y blanca sonrisa. De facciones amables y ojos azules, el hombre me volvió a hablar con su acento extranjero: - Yo creo que dos bolas serán suficientes, no vayas a perder la línea.

- De acuerdo, le dije. - Dos bolas de nata con cereza. Y le sonreí, cómplice de su misterio.

Le pagué con un billete de cinco euros. Al entregarme el cambio dijo algo muy extraño: - No te preocupes, te llamará. Yo puse cara de no entender su idioma y cogí el cambio.

Me fui con mi helado de dos bolas pensando en el misterioso hombre capaz de adivinar los sabores. ¿Sabría algo más? Entonces, sonó el teléfono.  

Continué caminando por la calle, con el helado en una mano y el móvil en la otra, intentando concentrarme para no pegarle un lamentón al móvil o intentar mantener una conversación a través del helado. Mientras un tipo muy agradable del banco donde acababa de abrir una cuenta se interesaba por si ya había recibido mi nueva tarjeta de crédito, yo me preguntaba, cómo sería la voz del contestador automático con el que tendría que pelearme cuando tuviese cualquier problema con el banco.

Ese día recibí un montón de llamadas de teléfono: el del banco, mi mejor amiga, mi madre, un tipo de Barcelona que preguntaba por Antonio ¿?, una compañera del trabajo que me pedía un número de teléfono, mi hermano, que quería que lo acompañase a buscar un regalo para su novia... Pero ninguna de ellas me pareció "su llamada". Ese "te llamará" no podía referirse a ninguno de ellos. Así que, quitándole importancia a mi encuentro con el pitoniso heladero, proseguí mi jornada vacacional y decidí irme a la playa. Hacía un día estupendo y me apetecía relajarme con un libro mientras me hundía en la arena rubia de la playa más cercana. Así que, tras disfrazarme de veraneante mallorquín con mi sombrero de paja y mis gafas de de imitación de Dior, me embutí en un pareo rojo que me daba cierto aspecto de chorizo de Pamplona y me fui decidida a pasar el día conmigo misma.

Estuve en la playa hasta que mi piel ya no admitía más factor de protección solar ni más arena adherida. Así que decidí volver a casa. Al dejar las cosas en el maletero del coche y volver a coger el móvil vi que en él había una llamada perdida, pero era un número que no me aparecía en la agenda. -¿Será esta la persona misteriosa? pensé; y marqué la rellamada.

Al otro lado del teléfono me contesto una voz de chico muy alegre: - ¡Cuánto tiempo, Sandra! Ya pensaba que me habría equivocado de móvil.

- Pues sí, mucho tiempo, tú... fíjate que ya ni mi teléfono se acuerda de ti... ¿le refrescas la memoria?

- ¡Soy Iván! -¿Iván? ¿Qué Iván?

- Bueno, te parecerá un poco raro, y al igual ya ni te acuerdas de mí. Nos conocimos hace muchos años, muchos años...

Yo, que le había dado al Google de mi memoria, intentando recordar todos los Ivanes que había conocido en mi vida, sólo recordaba uno, que no hacía tanto que había visto y cuya voz no se parecía en nada a la de éste. Y luego, el otro Iván... que ése, era imposible.

Él continuó hablando: - Bueno, sé que te pensarás que estoy loco, pero todos estos años me he preguntado qué sería de ti.

-¿Pero quién eres?, le interrogué yo, víctima ya de la impaciencia. Él comienza a hablar de nuevo, pero los teléfonos móviles siempre eligen el mejor momento para quedarse sin batería. ¿¿¿Dónde hay un enchufe en esta playa????  

Ese día me quedé con la incógnita de quién sería Iván. Al día siguiente, volví a la heladería. Cuando caminaba por la calle pensé: - Hoy voy a cambiar de sabor a ver qué me dice el heladero: me voy a tomar un vasito de helado de mango.

Cuando llegué a la heladería, el heladero me saludó sonriente y me preguntó: 

- ¿Qué le pongo, señorita?

- ¿Qué me recomienda? - le pregunté yo

- Pues yo le recomiendo el helado de dulce de leche, que seguro que a usted le encanta.

- ¡Dulce de leche! Es mi debilidad, ni siquiera sabía que lo tenían. No estaba en el expositor. -¿Pero y dónde lo tienen? - le pregunté yo.

- Lo tengo dentro, lo he hecho hoy. – respondió el heladero.

Directamente me puso dos bolas en un vasito de un jugoso helado de dulce de leche rociado con caramelo y almendras picadas.

Este hombre me conoce - pensé yo - o es telépata de los gustos.

- Muchas gracias -le dije, - aquí tiene el importe.

- ¿Te llamó, verdad? - me preguntó él.

- ¿Quién? - le pregunté yo, haciéndome la loca.

- Pues alguien a quien conociste cuando eras una niña.

Creo que los ojos se me salían de las órbitas y se me derritió la mitad del helado mientras caminaba fuera de la heladería, aún alucinada por las palabras del heladero.

Cuando era niña, solía jugar con los niños de los pocos vecinos que había cerca de mi casa. Era una zona residencial, con poco tráfico y donde podíamos jugar libremente sin peligro. 

Yo tenía seis años, cuando Iván, el vecino de en frente de mi casa, que tenía ocho años, me hizo bajarme un día de la bicicleta y me preguntó que si quería ser su novia. - Déjame pensarlo, le dije yo. Me alejé unos metros y me  senté en el borde de la acera. Tras deliberar unos dos minutos, me acerqué hasta él y le dije: - Vale-. Y ya éramos novios.

Ese día me llevó a su casa, donde yo iba a veces con su hermana Cristina, que era un año menor que yo. Eran hijos de una pianista excéntrica, que los alimentaba a base de fruta. Mi madre siempre la criticaba por no prepararles comidas adecuadas para su alimentación, pero yo los envidiaba porque no tenían que comerse los terribles platos de verduras que me hacían comer a mí.

Cuando estábamos en su casa, me invitó a algo de fruta, y luego me llevó hasta el piano. Tocó para mí. Yo creo que con ocho años, no sería un gran pianista, pero mi recuerdo es como si un pequeño Beethoven me hubiese ofrecido un recital.

La historia de mi primer amor no duró demasiado (tal vez como presagio de lo que serían el resto). A los pocos días, jugábamos como siempre con las bicicletas. Estaban Iván, Cristina y mis dos hermanos. Los chicos querían jugar un partido de fútbol, pero no tenían el balón a mano y querían que yo fuese a buscarlo a casa. Yo, por supuesto, le dije a mi hermano: - Vete tú-. Iván trató de convencerme: - Acuérdate de lo del otro día-, me dijo mientras mi hermano sonreía intentando imaginarse algo más. Yo le contesté implacable: - Yo no me acuerdo de nada.

Y así terminó nuestra relación.

Al poco tiempo, sus padres vendieron la casa y se mudaron. Nunca más supe de ellos; nunca los volví a ver. Y siempre me pregunté qué habría sido de la vida de Iván, el niño pianista, mi primer amor.

Por eso, cuando recibí la llamada e intenté rememorar todos los Ivanes que conocía, aunque me acordé de él, era absolutamente imposible. Había pasado demasiado tiempo. Nuestra amistad se redujo a unos pocos meses durante la niñez y no teníamos ninguna forma de contacto ni más amigos en común.

Yo había intentado volver a marcar el número del Iván misterioso sin ningún éxito. El teléfono no daba siquiera señal. Así que intenté no pensar más en el tema.

Probablemente, el vendedor de helados era un falso adivinador del futuro y sólo intentaba engancharme a esa mezcla monstruosa de sabores que empezaba a acumulárseme en las cartucheras. Ese día no comería helado.

Pero a pesar de todo, me acerqué por la heladería, intentando sacarle conversación al heladero:

- Buenos días, ¿sabe dónde puedo encontrar una librería por aquí cerca? -, le pregunté; aunque sabía perfectamente que por allí no había ninguna.

- Por esta zona no hay ninguna- , me contestó.

Me pareció leer en su rostro que adivinaba mis intenciones.

- ¿Un heladito?, preguntó.

- No, hoy no. Estoy a régimen.Como empezaba a suponer, sin helados no había predicciones. Tal vez el hombre las utilizaba para atraer a la clientela. Yo, que me temía que me iba a quedar sin mi ración de misterio diaria, intenté otra táctica:

- ¿Es usted italiano, verdad?

- Sí, en efecto. Soy de la provincia de Florencia.

- Me han dicho que esa zona es muy bonita-, añadí yo, intentando sacarle conversación.

- Lo es, pero las mujeres españolas saben cómo convencerte para arrastrarte tras ellas - contestó con una sonrisa encantadora.

-¿Está usted casado con una española? - continué yo, ya más confiada en el éxito de mi interrogatorio.

- Así es. Llevamos ya treinta y tres años juntos y tenemos tres hijos y dos nietos.

- ¡Vaya, toda una vida! Me tendrá que contar el secreto algún día.

- Algún día... te lo contaré.

Continuamos hablando por espacio de veinte minutos. Me contó algunas cosas de su vida, hasta que de pronto me preguntó:

- ¿Qué haces mañana? - Pues no sé... Estoy de vacaciones.

- Mañana cierro la heladería. Si te apetece, te puedes venir con mi mujer y conmigo. Me gustaría enseñarte algo.

- Bueno, si no es mucho tiempo... Ese día no hubo predicciones, pero acababa de descubrir a una persona extraordinaria.   

Al día siguiente me presenté puntualmente en la puerta de la heladería a la hora acordada. Nino, que así se llamaba el heladero, apareció al momento con su mujer, Marisa, haciendo las debidas presentaciones.

Marisa era una mujer risueña. Era tan alta como el heladero y guardaba una de esas bellezas perennes que hacen que cualquiera que la vea sienta simpatía por ella. Su melena morena y rizada la llevaba recogida con una tela a modo de turbante que le daba un aspecto bastante exótico. Iba vestida con una falda a juego con el turbante, de color negro y azul turquesa y una blusa negra muy escotada que dejaba entrever una pechuga que no conocía la ley de la gravedad.

- ¿A dónde vamos? - pregunté yo.

- Te voy a enseñar a qué se dedica Marisa- , me dijo el heladero.

- No es muy lejos, podemos ir andando.

Caminamos varias calles charlando animadamente sobre Italia y España y sobre nuestras preferencias culinarias. Por fin, nos detuvimos en la puerta de un edificio, donde un cartel con letras muy modernas anunciaban: GALERÍA DE ARTE.

Al lado del la puerta, un cartel con foto anunciaba la exposición de Marisa.

En seguida, se hizo un corrillo alrededor de Marisa de gente que la saludaba y la alababa por su trabajo

El heladero se retiró conmigo a enseñarme cada cuadro. Marisa pintaba, aunque también había algunas esculturas suyas.

Su estilo era surrealista. Sus cuadros impactaban. Me recordaban a esos jeroglíficos que aparecían en las revistas donde tenías que averiguar el mensaje escondido y se lo comenté a Nino.

- Así es, Sandra. Cada cuadro tiene un mensaje y una historia. Cada cuadro ha sido pintado en un momento determinado para una persona concreta.  

Me explicó que Marisa y él se habían conocido en Italia. Durante esa época, Marisa era una joven pintora ansiosa por ver mundo y llegó a Italia deseosa de ver con sus propios ojos el país que había sido cuna de tantos artistas y donde se albergaba un sinfín de obras e historias que la inspirarían en su desarrollo artístico.

Fuimos avanzando por la galería, mientras yo contemplaba detenidamente cada cuadro, intentando descifrar los mensajes ocultos de los que me hablaba Nino.

Hacia el final, en una pequeña sala, había un gran cuadro que se encontraba solo. Este cuadro me atrajo más que ningún. En él aparecían, entre otras imágenes, la representación de un teléfono móvil.

- Este es tu cuadro -, dictaminó Nino. - ...y el motivo de que te haya traído hasta aquí.

- Pero Nino, no entiendo nada. Explícame todo esto. Desde el otro día estás haciendo profecías. 

Esa tarde, después de la exposición fuimos a merendar Marisa, Nino y yo. Fue entonces cuando me contaron su historia. Marisa había conocido a Nino después de varios días en Florencia, cuando alguien la sorprendió llamándola por su nombre. Era Nino, que se disculpó y le dijo que tal vez era un atrevimiento por su parte, pero que la noche anterior había soñado con ella y en sus sueños él la llamaba Marisa.

Marisa, que no hablaba bien el italiano por aquel entonces, creyó que le estaba entendiendo mal. El era un joven guapo de ojos claros con la sonrisa más bonita que ella había visto jamás. Así que pasaron la tarde paseando por la ciudad, mientras él le enseñaba los lugares más destacados de ésta. Se vieron cada día a partir de entonces.

Marisa me contó que Nino tenía un don desde muy pequeño. Era capaz de ver cosas que iban a pasar o que ya habían pasado. No lo hacía a través de las cartas, ni leyendo las líneas de la mano, ni a partir de ningún otro método. Simplemente, cuando veía a alguna determinada persona, en su cabeza se le aparecían hechos que él cuando hablaba lograba que tuviesen forma.

- ¿Y yo soy una de esas personas?- , pregunté.

- Exacto. Pero yo ya sabía de ti incluso antes de que vinieras a comprar helados.

- ¿Y cómo es eso posible?- Verás, Hace unas dos semanas. Apareció un joven por la heladería. Su nombre es Iván.

- ¿Iván?, - repetí.

- Sí; déjame acabar. Vino a comprar unos helados. Y entonces, tuve una de esas visiones. Los vi juntos en la heladería. A ti y a él. No me preguntes por qué, porque no tengo ni idea. Sólo sé que a ti nunca te había visto antes y cuando apareciste a comprar un helado, tenía que captar tu atención como fuera. Adivinar los sabores de los helados me resulta relativamente fácil, aunque no suelo utilizarlo con mis clientes.

- Entonces, ¿él es el Iván que conocí cuando era pequeña?

- Pues apostaría a que sí. A veces, cuando hablaba con él, veía a una niña en bicicleta.

- ¿Y qué sabe de él?

- Pues sé que es pianista y estos días se iba a dar un concierto a Bélgica.

- Mmmmm.... Por eso no lo localizaba.

Le conté a Nino lo que me había ocurrido después de abandonar la heladería el primer día.

- ¿Y cómo consiguió mi número de teléfono? ¿Por qué me buscaba?

- Bueno, yo sabía tu nombre y le conté las imágenes del pasado que me venían a la cabeza. Creo que él hizo el resto. Probablemente volvería a su antigua casa y preguntaría a algún vecino.

- Mi madre aún vive ahí.

- Pues puede que ella le haya dado tu teléfono.

- Me habría dicho algo...

Entonces me volvió a la mente el cuadro...

- ¿Y el cuadro de la exposición? ¿Qué tiene que ver con todo esto?

- Cada cuadro de la exposición muestra imágenes de la vida de personas que he conocido. Marisa tiene un gran arte para expresar lo que yo le cuento. Ella plasma en sus cuadros mis visiones, de la manera que ella las entiende. Y hasta ahora, su pintura se ha cotizado bien - me explicó Nino.

Al regresar a casa no pude dejar de darle vueltas a la cabeza. Llamé a mi madre y le pregunté si alguien había estado preguntando por mí.  Me dijo que a ella no le había preguntado nadie y que cuándo me dignaba a pasar a verla, que ya hacía días que no me veía el pelo. Después de prometerle que me pasaría al día siguiente, me fui a la cama.

Esa noche tuve extraños sueños. Soñaba que yo era una niña pequeña y un pianista con frac me tocaba una serenata al pie de la ventana con un gran piano de cola negro. 

A la mañana siguiente me levanté temprano. Los domingos me gusta desayunar tranquila en algún bar relajada,  leyendo algún libro o revista. Ese domingo, compré el periódico, porque no llevaba nada que leer. Un camarero alto con la nariz prominente y los labios finos vino a atenderme con esa cara de indiferencia que sólo saben poner aquellos que hacen su trabajo como máquinas, sin alegría, sin empeño. Pedí un café con leche y un croissant y me sumergí en la lectura de los acontecimientos del mundo.

Mientras hojeaba el periódico, algo en la sección de cultura llamó mi atención. El titular decía: "El pianista Iván de Lara regresa a España tras un impecable concierto en Gante". Leí detenidamente el artículo, que era uno de esos artículos grises e informativos que se limitaba a dar una serie de datos acerca de un acontecimiento. Pero no conseguí averiguar nada más de Iván. No hablaba de su carácter, de su forma de moverse, de su humor, de su pelo liso y castaño. ¿Seguiría siendo así? Lo recordaba con un pelo cargado y liso más largo de lo habitual en un niño de nuestra generación. El artículo iba acompañado de una foto donde aparecía un gran teatro repleto de gente vestida de gala con un gran piano al fondo y un borrón detrás de éste, que probablemente sería Iván.

Acabé de desayunar y recorté cuidadosamente el artículo del periódico, guardándolo bien doblado dentro de mi bolso. Dejé el periódico en el bar, por si alguien no tenía qué mirar mientras desayunaba. Pagué la cuenta y salí rumbo a la heladería.

Cuando llegué a la puerta, ésta estaba cerrada, aunque había luz en su interior. Toqué varias veces sobre el cristal. Se asomó una señora que parecía estar limpiando y me dijo que los domingos no abrían hasta la tarde y que Nino no iba, sino atendía una chica que contrataba para esos días.

Yo no tenía su teléfono y no sabía cómo contactar con ellos. Así que sin pensarlo, me dirigí hacia la galería de arte, pensando que tal vez allí tendría más suerte.

Por el camino, me llamó la atención un barrendero que tendría unos treinta años y que cuando levantó la cabeza para mirarme, no pude por menos que fijar la vista en él. ¿Cómo podía ser tan guapo? Ese chico podría ser perfectamente modelo y allí estaba, limpiando las calles de papeles. Tras sentirme perseguida por su mirada, continué caminando sin detenerme hasta la puerta de la galería. Estaba abierta y parecía tener bastante movimiento de gente. Se ve que los domingos es un buen día para los paseos culturales.

Busqué entré la gente y por fin sonreí. Allí estaba Marisa, hablando con un hombre mayor que parecía muy interesado en un cuadro.

Me saludó con una sonrisa y un ademán de cabeza mientras hablaba con él y yo esperé pacientemente mientras miraba sin demasiado interés los cuadros que ya había visto.Cuando Marisa acabó de hablar con aquel hombre, se acercó a mí.

- ¡Hola, Sandra! ¡Qué alegría que hayas venido! Dijo mientras se acercaba y me daba dos besos.

- Hola, Marisa. Me acerqué por la heladería, pero no había nadie así que pensé que tal vez aquí...

- Nino ha ido a visitar a unos amigos. Yo tenía que venir por la galería y ya acabo de vender dos de mis cuadros ¿no es genial?

- Es fantástico. Hasta yo te compraría uno si tuviese dinero.

- No hace falta. Hay un cuadro para ti. Es un regalo. ¿Recuerdas el cuadro grande que viste el otro día? Esa es la copia. El primero que pinté es más pequeño y siempre los regalo a sus legítimos inspiradores. Gracias a esos cuadros, la exposición cobra sentido. Tú aún no entiendes el tuyo, porque va adquiriendo sentido a medida que suceden los acontecimientos que prevé.

-¡Vaya! Me dejas sin palabras. Pero me encantaría poder entender algo más de ese cuadro.

- Nino te lo podrá explicar mejor que yo, ya que yo sólo me limito a pintar lo que él ve en su interior.

- ¡Ah, se me olvidaba! - Saqué el recorte del periódico de mi bolso y se lo entregué a Marisa, que lo leyó y luego levantó la mirada y me dijo:

- Parece que pronto vas a tener una cita con tu amigo de la infancia.

- ¿Tú crees? - pregunté yo.- Por supuesto. Eso ya te lo contó Nino.

Entonces me repitió una frase que ya me empezaba a parecer familiar:

- No te preocupes, te llamará.

Marisa me invitó a ir a su casa el jueves, para recoger ese maravilloso cuadro que me regalaba. El cuadro era ininteligible; por más cosas que había en él yo no lograba entender nada. Necesitaría de un traductor experto en parapsicología pictórica para ser interpretado.

Como aún era lunes y me quedaban varios días por delante, decidí postponer mis intrigas para más avanzada la semana y como aún estaba de vacaciones, llamé a mi amiga de toda la vida que me había llamado anunciándome que estaba embarazada.

Quedé con ella en casa. Lucía vivía en un noveno piso. Cuando llegué, el ascensor tenía un cartelito de: "Averiado, disculpen las molestias". Así que cogí aire, y comencé a subir las interminables escaleras hacia el cielo. Por el camino me crucé con tres niños, un perro, un mensajero cabreado, dos señoras con bata de boatiné hablando de puerta a puerta y un empleado de la compañía de electricidad sudoroso. -Sí que hay tráfico por aquí hoy- pensé.

Cuando pensé que había subido tanto que ya no había presencia de oxígeno, pues me era dificultosa la respiración y mis piernas estaban temblorosas, vi por fin el ansiado cartelito del 9º. Toqué al timbre con un esfuerzo supremo de elevación de mi mano.

- ¡Sandra! -Saludó Lucía. - ¿Pero has subido caminando?

- El ascensor estaba averiado - resoplé yo.

- Hay otro ascensor por la parte trasera, sólo tienes que cruzar el pasillo que da al otro bloque.

- Je, je. ¿Y me lo dices ahora, que he perdido el espíritu subiendo?

Nos abrazamos y la felicité por su próxima maternidad. Entonces, sin pensarlo mucho le dije:

- Va a ser niño.

- ¿Ah, sí? ¿Ahora eres adivina? - dijo ella sonriendo.

- No. O sí... quién sabe. Lo cierto es que nunca me he equivocado - repliqué yo.

Y me quedé pensando acerca de ello. Tal vez yo también tenía un don inútil que sólo servía para adelantarme a una ecografía.

Lucía estaba muy emocionada, pero me confesó que el parto le daba bastante miedo. Las mujeres siempre nos hemos preguntado cómo sale un niño por un agujero tan pequeño. Ya sé que se dilata, pero aún así, sigue siendo un misterio.

Estuvimos dos horas hablando y luego me despedí de ella. Sabía que aunque no perdería su amistad, todo cambiaría a partir de entonces. Tendría más preocupaciones y responsabilidades y los niños se convertirían en su único tema de conversación durante los próximos tres años.

Más tarde recibí un mensaje en mi móvil. El destinatario era Iván el misterioso y el mensaje ponía así: "Soy Iván. He estado fuera. Te debo una explicación. Me es imposible llamarte ahora, pero podríamos quedar mañana a las 5 en el Parque de las Flores".

Le contesté con un breve: "Ok. Allí estaré". - Y me fuí a dormir emocionada.

Sus fantasmas

Sus fantasmas

Lo vi llegar y aparcar el coche. Mientras daba marcha atrás, me percaté de que había alguien más. No sé cómo los vi, eran dos. No tenían cara, pero estaba junto a él en el coche. Sabía que no estaban sentados, sabía que no eran humanos y sabía que él no los veía. Él no venía sólo; llegaba con sus fantasmas: uno a su derecha y otro detrás. Ellos me observaban de lejos. Notaban mi presencia al igual que yo la suya.

Entonces él se acercó sonriendo. Yo también le sonreí, y sin pensarlo le dije: - He visto a tus fantasmas- . Él volvió a sonreír. -¿A mis fantasmas?  - Sí, sí, se han quedado atrás, uno en el coche y el otro por fuera, lejos.

Nos alejamos caminando. Ellos permanecían quietos, mirándome. Sabía que no se acercarían. Ese día no. Ese día los fantasmas de sus miedos se quedarían allí, junto al coche, dejándolo por unos momentos solo en mi compañía.

Soy de ninguna parte

Soy de ninguna parte

Cuando me preguntan que de dónde soy, siempre me quedo pensando, decidiendo si buscar una respuesta sencilla y falsa o si relatar la historia de mi nacimiento.

Mi nacimiento, como casi todo en mi vida, no fue nada corriente. No, no podía nacer en una sencilla clínica tras los avisos de las primeras contracciones unas horas antes, como nace casi todo el mundo. Yo nací en un vuelo internacional Madrid-Grecia en mitad de ninguna parte. Mi madre, con ese espíritu viajero que siempre la caracterizó voló tras hacer escala en Alemania hasta Grecia, donde se producía una especie de congreso de ornitología balcánica. Ella siempre fue amante de esos bichos alados. Tras licenciarse en Biología en la Universidad Complutense de Madrid, se especializó en Zoología, más concretamente en pajarracología, como solía llamar yo a su eterna pasión, que era tan desmedida que con 8 meses y medio de embarazo partió solita hacia Grecia alegando que estaría de vuelta antes del parto. Ja, como si se pudiese librar de él.

Y allí estaba yo, que con el cambio de presión y con la prisa que siempre me acompañó para adelantar acontecimientos, decidí salir a echar un vistazo, a ver que se cocía en aquel avión que no paraba de dar tumbos.

Afortunadamente para mi madre y para mí, en el avión había un veterinario especialista en partos vacunos, que sacó a esta mujer, primera protagonista de mi vida, del apuro de ver que sus retoños no salían de un huevo, como sus tan preciadas aves y la socorrió ante la expectación de los pasajeros y la alarma de azafatas y pilotos, en medio del espacio aéreo internacional.

A veces, cuando me preguntan que de dónde soy, me quedo pensativa y levanto la cabeza hacia el cielo. Luego respondo: de Lufthansa.

¿Se acabó mi juventud?

¿Se acabó mi juventud?

Algo se ha secado en mi cerebro. Mis neuronas parecen haber cogido las vacaciones de julio. Hace cuatro días que cumplí los 35 años y no he escrito una palabra desde entonces. ¿Será el principio del fin? ¿Son los 35 la edad en que uno empieza a hacerse viejo? De momento, ya ni siquiera tengo las mismas ayudas de viviendas para jóvenes. El gobierno ya no me considera joven y yo sigo sin vivienda.

Me miro al espejo y trato de localizar esas dos nuevas arrugas que marcan el paso a los 35 pero sólo descubro un grano nuevo y las ojeras de siempre. Lo cierto es que nací con ojeras, me vienen de fábrica. En las pocas fotos que poseo de mi tierna infancia ya las llevaba, aunque en una cara mucho más redonda y mofletuda. Era un pan con ojeras.

¡Pero si visto muy moderna! Uhmmmm... ¿Seré una eterna inmadura? ¿Una ridícula señora con ropas de colegiala? El otro día una amiga me presentó a un amigo suyo que me llamó por dos veces señora. Estuve a punto de arrearle un bolsazo de rebajas, pero me contuve... ¡estoy perdiendo espontaneidad! Señora... ¿Señora yo?? ¡¡¡Señora tu madre!!!

Voy corriendo a hacerme una cirugía plástica de cerebro para rejuvenecerme las ideas y recuperar mi inspiración.

Hoy he decidido cocinar

Hoy he decidido cocinar

Hoy me he puesto el delantal, me he recogido el pelo en un moño y me he metido en la cocina. He decidido cocinar; se acabó la comida prefabricada y comer siempre lo mismo. He decidido convertirme en una gran cocinera. Para empezar… voy a alimentar a Neo, mi muy querido perro, que me mira con ojos de: - Me comería hasta el pienso, pero dame algo.

Así que he decidido prepararle un rico plato de pollo a la Sandrini. Eché agua en un caldero y lo puse a hervir con el pollo dentro, que previamente había descongelado. Dejé el agua calentando y me vine a esperar mientras seguía haciendo mis cosillas en el ordenador.

 

Creo que a veces me abstraigo tanto, que me olvido de las cosas que dejo a medias. Estaba yo con mis pensamientos puestos en mis historias, cuando el fuego de la cocina alcanzó la cortina de la ventana, prendiéndose rápidamente. Yo tenía la música alta y no oía nada. Hasta que el ambiente empezó a cargarse de un humo negro y un calor sofocante me invadía. Decidí levantarme a ver qué pasaba, cuando de repente recordé el pollo que había dejado al fuego. Corrí hacia la cocina; la cortina había ardido por completo y los muebles comenzaban a hacer lo mismo. El aire que entraba por la ventana alimentaba las llamas  y media cocina ardía ya. Busqué a Neo y lo vi asustado escondido bajo una silla. Lo llamé y salió corriendo. Una pequeña chispa prendió sus pelitos de lana mientras yo lo sacudía con una camisa que había encontrado por allí. No se podía respirar y el calor lo derretía todo.

Buscando...

Buscando...

Hoy he mirado en la cocina, en el salón, en el dormitorio y en el baño. Luego busqué en la oficina, en bar de la esquina, en el parque y en el camino a casa. Probé en el subterráneo, a la orilla de la playa, en el banco y las tiendas.

Por último busqué en el ascensor, debajo de las escaleras, dentro del armario y al final.... miré en el espejo, ¡y ahí estaba! Tanto tiempo buscándome a mí misma y por fin me encuentro. Juro que no vuelvo a beber...

 

Vendedores de humo

Vendedores de humo

Pues sí, no estoy segura de cuándo, pero fue en a finales del siglo pasado o a principios de éste cuando empezaron a emerger las nuevas profesiones de los vendedores de humo. Porque veamos, ¿que hace exactamente un consultor? ¿Y las empresas de protección de datos? A mí me pueden soltar diez mil veces el mismo rollo con el mismo tono de haberse tragado una enciclopedia, que sigo sin creerme nada. ¿Quién les dio la potestad del verbo "optimizar"?

Cuando acabé mis estudios asistí a un par de seminarios de esos que quedan muy bien en el curriculum: "Como rentabilizar la participación en Ferias", "Comercio exterior y África Occidental", "Las normas ISO 9000", y que, personalmente no me han servido para nada, excepto para darme cuenta de los trucos que utilizan algunos poderosos para desviar la atención sobre mercancía que no paga ningún tipo de aranceles pero que tampoco llega jamás a su destino.

Cada vez que alguien me dice: soy consultor, siempre me imagino una gran catástrofe natural: un terremoto, una fuerte tormenta, un tsunami. Y entonces los imagino a ellos, los consultores, con su traje de Armani y su corbata de Emidio Tucci, intentando recordar en qué master estudiaron sobre primeros auxilios y supervivencia, sin lograr recordarlo.

Los imagino en el paro, intentando engañar a los de La Cruz Roja de que su empresa necesita ser revisada para evitar posibles desfalcos en el abastecimiento de mantas y tiendas de campaña entre los afectados.

Yo no tengo hijos, pero si algún día tengo uno, espero que sea fontanero, electricista, médico o bombero, pero que nunca me diga:

-Mamá, quiero ser consultor.

Caracolas en las orejas

Caracolas en las orejas

Hoy me he vestido ligera

falda larga, camisa suelta

y collar de tres vueltas

y llevo el mar en las orejas

donde penden caracolas

que me susurran,

que me hablan de olas

y de que el mar me acompaña

contándome historias

que ya nadie cuenta.

Hoy me he vestido ligera

y ni la brisa ni el viento

me hablan del mar

como lo hacen ellas.

En el pelo una pinza,

en el alma una pena

y besándome el cuello

caracolas en las orejas.

Sandra de Lui

Higiene canina

Higiene canina

Neo es un perro inodoro, huele como una rebeca de lana que usas siempre, pero no tiene el característico olor que tienen los perros, que se te pega desde que lo tocas y no consigues librarte de él hasta que te restregas con la esponja de crin por todo el cuerpo. Pero cuando abre la boca... ¡ay, cuando abre la boca! tiene una halitosis cabalgante capaz de tumbar a un ejército.

Ya había perdido su color albaricoque para pasar a un color más bien pantano fanganoso, por lo cual decidí bañarlo.

La palabra baño tiene una reacción inmediata en Neo. Creo que también entiende bañito, agua y ducha, porque cada vez que hago referencia a ello, huye como perseguido por diez demonios a esconderse debajo del sillón.

Así que me mantuve callada. Le dije: -Ven, Neo. Él, que siente debilidad por mí, se aproximó al momento. Le quité la correa. -Mala señal, pensaría él. - Esto me huele a chamusquina. Y efectivamente, en menos de dos minutos estaba enjabonado hasta las orejas, intentando que el agua de la ducha no le llegara a la cara. Cuando por fin le quité todo el jabón, decidí hacer algo que ya se me había pasado por la cabeza alguna vez pero que nunca había llegado a hacer: cogí un pequeño cepillo de dientes de viaje y decidí que un buen lavado le ayudaría con su mal aliento.

No sé si fue el sabor del "Colgate", pero no le hizo ni la más mínima gracia, y reaccionaba como si le estuviese lavando los dientes con ácido. Al final, acabé mi operación frotándoselos suavemente con el cepillo sólamente empapado en agua.

Ahora comprendo por qué no se ha desarrollado aún la industria de la higiene bucal canina.

Pliego de "descaro"

Pliego de "descaro"

Estimados Sres. de Tráfico:

Me remito a ustedes para explicarles mediante este pliego de descargo las circunstancias que me han obligado a parar durante dos minutos en la parada del autobús, donde un agente de la ley me ha multado despiadadamente, haciendo caso omiso de mis explicaciones y de su sentido de la justicia.

Circulaba yo el día 30 de julio por la Avenida Milagrosa, cuando de repente, veo a mi vieja amiga Esther, que caminaba por la acera con una cojera impresionante y una cara de circunstancias preocupante. Ella me ve y hace señas para que pare. Yo, que siempre he intentado corresponder a mis amigos, miro a un lado y a otro buscando un sitio donde estacionar, pero la circunstancias adversas de tener una ciudad Patrimonio Histórico de la Humanidad, hace que sus calles en el centro sean peatonales y las calles alrededor estén evidentemente repletas de coches y sin lugar para aparcar. Lo increíble es que tampoco existe lugar donde parar. Yo, para no parar en mitad de la vía, me arrimé a un lado en el primer hueco que encontré, detrás de un autobús, en lo que quedaba de parada. En ese momento, aparece un segundo autobús que sólo habría cabido en aquel hueco si hubiese hecho una maniobra marcha atrás con el mismo, pero con el ánimo simpático del chófer, se para al lado mío, cerrándome el paso cuando yo me disponía a salir (indicador puesto) con mi amiga, que ya se había subido al coche y que me explicaba que un autobús de la misma compañía había arrancado mientras ella se bajaba, tirándola al suelo y dejándola con un evidente esguince de rodilla.

El chófer del autobús que había parado al lado mío se baja y abandona el vehículo en mitad del carril, dejándome a mí y a mi indicador izquierdo con cara de pasmo. Se dirige hacia el otro autobús aparcado y habla alegremente con el otro chófer, mientras yo espero pacientemente a que regrese y me despeje la salida. Cuando por fin lo hace, el ya anteriormente nombrado agente de la justicia local de la citada ciudad Patrimonio Histórico-Cultural-sin-aparcamientos, se acerca por detrás mientras el chófer arranca. Y mientras puedo leer en su cara su ánimo misógino tras haber sido abandonado por su novia que se había vuelto lesbiana y le había dejado por alguna joven conductora de algún Renault Clío similar al mío.

Tras explicarle lo sucedido, él se muestra implacable y apenas es capaz de mirarme a los ojos mientras me entrega el citado panfleto pidiéndome un autógrafo en él.

Ante estas circunstancias, apelo a la justicia y a mi falta de medios para pagar dicha multa, ya que soy una pluriempleada que trabaja por las noches haciendo de blanco para un lanzador de cuchillos que me paga 0,50 euros por cuchillo lanzado y 1 euro por cuchillo fallado (por las molestias). Por el día limpio ventanas en un rascacielos de 24 pisos a razón de 20 céntimos la ventana, para así poder costearles los estudios a mis cuatro churumbeles que no tienen la culpa de que su padre se haya suicidado tras el agobio de una multa que le pusieron y que no pudo pagar.

Esperando mis explicaciones sean tomadas en cuenta, les saluda atentamente:

Sandra Sinun Duro 

Pánico a las agujas

Pánico a las agujas

Hoy se lo prometí a mi querida Rebeca. Así como ella está a la caza de noticias, yo estoy a la caza de acontecimientos que me inspiren para contar mis vanalidades cotidianas y así desarrollar un poco esa inspiración que se me ha oxidado con el paso del tiempo.

Tocaba revisión sanitaria de la Mutua en la empresa. Ya sé que estamos en abril y lo habitual es que se hagan a principios de año, pero como dice el refrán: ¡más vale tarde y no le mires el diente! (ah, ¿no era así? ¡qué cosas!). Así que todo el mundo cargó ayer con los frasquitos plásticos para el análisis de orina. Pero ¿quién piensa en un frasquito cuando se levanta somnoliendo por la mañana y por la fuerza de la costumbre acude a aliviar los riñones? Y justo en mitad de la evacuación te acuerdas del frasquito... ¡aghhh! Tarde...

- Todavía queda el de sangre... Ahora a acordarse de no desayunar. Espero que el chicle de melón de esta mañana no cuente. Ni siquiera tiene azúcar- . Y en estos pensamientos y con mi descubrimiento de la música brasileña llego al trabajo. ¡Me encanta!

Primeras noticias de la mañana: A Fon, nuestro reciente soltero de oro le había ocurrido lo mismo que a mí. Allí estaban todos corriendo para sacarse la sangre y poder desayunarse, que a las 9 de la mañana y sin un café, te sientes como vehículo sin carburante, como un globo sin aire, como el conejito rosa sin sus pilas Duracell...

Rebeca estaba ansiosa. Me esperaba para que la convenciera de lo que ella no estaba convencida. Nunca se había hecho un análisis y le tenía pánico a las agujas. Sin embargo, no se había desayunado y entró conmigo a la extracción de la muestra. Yo, armada del valor que te da el miedo ajeno, ni siquiera me acordé de que a mí también me dan pánico las agujas, pero supongo que mi sentido del ridículo hace que sea más comedida y como hace poco había comprobado que realmente no es algo doloroso y que apenas se siente un leve pinchazo, pues iba bastante decidida. Aunque no fui capaz de mirar como me introducía la aguja, seguí con mi charla intentando calmar a Rebeca, que cada vez estaba más nerviosa.

Nuestro guapísimo extractor intentó también tranquilizarla mientras ella le hacía preguntas si parar: -¿y por qué me pones ese elástico? ¿duele mucho? No, no puedo, de verdad que no...- Él le hablaba de las fantásticas venas que tenía mientras yo intentaba que me mirase a mí y la intentaba distraer diciendo que ya tenía algo nuevo que contar en mi blog. Ya estaba a punto de agarrarla y gritarle: ¡Pincha ahora, que yo la sujeto! cuando me di cuenta de que ya iba por la segunda extracción. Le sacó la aguja y la cara de Rebeca cambió: ¡Lo había logrado! Yo no la escuché, pero supuse que la ovación que oía Rebeca se la dedicaban todos sus fantasmas, esos temores que queremos vencer pero a los que no acertamos siempre a enfrentarnos.

¡Bien por Rebeca! Si tú también tienes miedo a el pinchazo, recuerda: Busca a un amigo y déjate convencer.

Perdido en la oscuridad

Perdido en la oscuridad

Estaba perdido en la oscuridad, pero junto a él habían más, todos expectantes, ansiosos por que comenzara la carrera. No era una carrera tradicional; se encontraban en lo más exótico del Perú. Por fin había llegado el momento, después de tanta espera. Sonó el disparo de salida, aunque más que un disparo, parecía un aullido. Y salieron a toda velocidad

No se trataba de aguantar más, aquí contaba la rapidez y había que dar el cien por cien, sin reservas. Se esforzó cuanto pudo con un único objetivo: llegar el primero. Ya faltaba poco y habían muchos junto a él, pero les ganaba por una ligera ventaja: - No desfallezcas, ya casi lo consigues. Ya casi estoy, sólo un poquito más, un poquito más... ¡¡¡He llegado!!!

Al momento de llegar, comenzó la transformación: se fusionó con la meta para convertirse en uno. Su forma inicial había cambiado. Ahora era mucho más grande, porque la meta lo abarcaba. Y empezó la división. A una velocidad inimaginable comenzaba a convertirse en alguien mucho más complejo con un objetivo diferente: crecer.

(Felicidades a Anita y a Javi (bichitos viajeros) por ese embarazo. Ellos son dos en uno que se han fusionado para convertirse en alguien mejor y enseñarnos a todos lo maravillosa que puede llegar a ser una relación de pareja. Desde aquí pronostico el sexo del bebé: será niña, para ser las delicias de papá y los caprichos de mamá).

Me da igual

Me da igual

Me da igual que me llames atea porque no quiero creer en nada impuesto y porque no busco respuestas sencillas a preguntas complicadas...

Me da igual que me mires con desdén porque digo lo que pienso sin arroparme con el manto de la hipocresía...

Me da igual que pienses que no soy nadie porque he decidido vivir cada segundo de mi vida sin postponerlo siempre para después.

Me da igual si crees que falto al respeto cuando no estoy de acuerdo con lo que no creo inteligente. Cuántas veces en mi vida me han faltado al respeto por no preguntarme si yo quiero lo que se me impone...

Me da igual si eres más alto, más guapo, más divertido o más inteligente que yo... Yo tengo mi propia vida y no es una competición...

Lo que no me da igual... y no voy a permitir...¡es que te hayas bebido mi cerveza!

Mis compañeras de piso

Mis compañeras de piso

Sí, aunque creais que vivo sola, no es así. En realidad tengo muchas compañeras de piso: Raimunda, Dorotea, Petronila y Cuasimoda, entre otras. Ellas son: MIS CUCARACHAS.

Aunque llevan años haciendose las suecas con el alquiler y la comida, he decidido poner fin a esta situación. ¡¡¡Aquí, o colaboramos todos o a la calle!!!

Así que he resuelto un plan. Esta noche les he puesto de cena su postre favorito: leche condensada, a la cual he añadido, como quien no quiere la cosa, unos kilitos de ácido bórico.

Ja, me voy a reír mañana de ellas... cuando el ácido bórico empiece a hacer efecto. Menudo mal aliento les va a quedar. No se soportarán las unas a las otras, discutirán, blasfemarán y optarán por buscarse una compañera menos roñosa que yo.

VOILÁ!! Problema resuelto.

¿Sabías que...

¿Sabías que...

 ... Agosto recibe este nombre en honor al emperador romano Augusto Octavio, que al igual que Julio César, quiso darle su nombre a uno de los meses del calendario gregoriano. Anteriormente, el octavo mes se llamaba Sextilis y tenía 29 días. Como Augusto Octavio no podía ser menos que su predecesor en el almanaque, Julio César, quiso que su mes también tuviera 31 días y alteró el calendario poniendo y quitando días hasta que el octavo mes tuvo también 31.

Cosa de romanos....

Curiosidades sobre moscas

Curiosidades sobre moscas

¿Sabías que...

...las moscas domésticas tienen en sus cuerpos células sensibles a la presión del aire encima de ellas. Por eso, resulta casi imposible aplastar una mosca con la mano pero es muy fácil hacerlo con un matamoscas que, al tener agujeros, dejan pasar el aire y producen menor presión en el aire.

Las moscas tienen 15.000 papilas gustativas repartidas por sus patas. La mosca común o doméstica (Musca domestica), vive de 10 a 14 días y hasta un mes en condiciones favorables. Hay muchas variedades de moscas. La más efímera dura uno o dos días, el tiempo suficiente para aparearse.