Pánico a las agujas
Hoy se lo prometí a mi querida Rebeca. Así como ella está a la caza de noticias, yo estoy a la caza de acontecimientos que me inspiren para contar mis vanalidades cotidianas y así desarrollar un poco esa inspiración que se me ha oxidado con el paso del tiempo.
Tocaba revisión sanitaria de la Mutua en la empresa. Ya sé que estamos en abril y lo habitual es que se hagan a principios de año, pero como dice el refrán: ¡más vale tarde y no le mires el diente! (ah, ¿no era así? ¡qué cosas!). Así que todo el mundo cargó ayer con los frasquitos plásticos para el análisis de orina. Pero ¿quién piensa en un frasquito cuando se levanta somnoliendo por la mañana y por la fuerza de la costumbre acude a aliviar los riñones? Y justo en mitad de la evacuación te acuerdas del frasquito... ¡aghhh! Tarde...
- Todavía queda el de sangre... Ahora a acordarse de no desayunar. Espero que el chicle de melón de esta mañana no cuente. Ni siquiera tiene azúcar- . Y en estos pensamientos y con mi descubrimiento de la música brasileña llego al trabajo. ¡Me encanta!
Primeras noticias de la mañana: A Fon, nuestro reciente soltero de oro le había ocurrido lo mismo que a mí. Allí estaban todos corriendo para sacarse la sangre y poder desayunarse, que a las 9 de la mañana y sin un café, te sientes como vehículo sin carburante, como un globo sin aire, como el conejito rosa sin sus pilas Duracell...
Rebeca estaba ansiosa. Me esperaba para que la convenciera de lo que ella no estaba convencida. Nunca se había hecho un análisis y le tenía pánico a las agujas. Sin embargo, no se había desayunado y entró conmigo a la extracción de la muestra. Yo, armada del valor que te da el miedo ajeno, ni siquiera me acordé de que a mí también me dan pánico las agujas, pero supongo que mi sentido del ridículo hace que sea más comedida y como hace poco había comprobado que realmente no es algo doloroso y que apenas se siente un leve pinchazo, pues iba bastante decidida. Aunque no fui capaz de mirar como me introducía la aguja, seguí con mi charla intentando calmar a Rebeca, que cada vez estaba más nerviosa.
Nuestro guapísimo extractor intentó también tranquilizarla mientras ella le hacía preguntas si parar: -¿y por qué me pones ese elástico? ¿duele mucho? No, no puedo, de verdad que no...- Él le hablaba de las fantásticas venas que tenía mientras yo intentaba que me mirase a mí y la intentaba distraer diciendo que ya tenía algo nuevo que contar en mi blog. Ya estaba a punto de agarrarla y gritarle: ¡Pincha ahora, que yo la sujeto! cuando me di cuenta de que ya iba por la segunda extracción. Le sacó la aguja y la cara de Rebeca cambió: ¡Lo había logrado! Yo no la escuché, pero supuse que la ovación que oía Rebeca se la dedicaban todos sus fantasmas, esos temores que queremos vencer pero a los que no acertamos siempre a enfrentarnos.
¡Bien por Rebeca! Si tú también tienes miedo a el pinchazo, recuerda: Busca a un amigo y déjate convencer.
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