Mi Metamorfosis
Esta mañana me levanté de la cama sintiéndome más pesada que de costumbre. Cuando me arranqué las legañas resecas que se me acumulaban en la parte interior de los ojos y pude entrever algo, observé que mis piernas estaban distorsionadas. Me froté de nuevo los ojos intentando eliminar lo que perturbaba mi visión, pero no; ahí estaban: ¡¡Eran unos pies enormes!! La talla podía ser la misma que llevaba hasta ahora, pero mucho más anchos y con la piel más curtida; las uñas aparecían pintadas de un rojo bermellón con una luna blanca y un poco más largas de lo que acostumbro a llevarlas. No recordaba haberme pintado las uñas, pero tampoco recordaba mis piernas. Como un repentino flash, me dio por mirarme los brazos… ¡también habían cambiado! Ahora eran también más voluminosos; estaban llenos de manchas del sol y la piel que los cubría era muy fláccida. Las manos regordetas lucían una alianza gorda de oro y también llevaban uñas rojas con luna. Salí corriendo hacia el baño, no sin antes calzarme mis zapatillas de flores ¿zapatillas de flores? ¡Yo nunca he tenido zapatillas de flores! Bajé las escaleras todo lo rápido que mi nueva barriga me permitía, y cuando por fin llegué al baño y me miré al espejo, no podía creer lo que veía: en lugar de mi cara, había la de una señora bastante mayor, con papada y regordeta. El cabello lo llevaba teñido de rubio y asomaban unas raíces grises que nada tenían que ver con mi habitual pelo castaño. Los mechones de la parte superior de la cabeza los llevaba recogidos con rulos y a los lados iban sujetos por varias pinzas metálicas.
Mis ojos estaban miopes y caídos. Un trozo de piel se plegaba sobre los párpados y unas espantosas bolsas amoratadas bordeaban la parte inferior.
Abrí la boca asustada por la dantesca visión y entonces ocurrió algo aún más catastrófico: ¡me faltaba casi toda la dentadura! Algo me hizo mirar hacia abajo y allí la encontré, en un vaso de agua, riéndose de mí.
Volví a la imagen del espejo. Unos pechos enormes colgaban casi hasta la cintura, una cintura que necesitaría de cuatro brazos para ser abarcada.
¿Qué me estaba sucediendo? ¿Qué me pasaba?
Después de mirar durante cinco minutos atónita al espejo experimenté un ansia enorme de dirigirme hacia el salón. Una fuerza poderosa me arrastraba hacia el televisor, sin que pudiese parar mis pies. Cuando llegué al aparato, mi brazo se apoderó del mando sin que pudiese hacer nada al respecto y encendió el televisor. Al momento mi ansiedad se redujo: allí estaba ella, Ana Rosa Quintana, para hacer mi vida más entretenida. Me olvidé de todo durante más de tres horas y luego me pregunté: ¿qué pasará en Yo soy Bea?
¡¡Me había trasformado en una "maruja"!!
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