Higiene canina
Neo es un perro inodoro, huele como una rebeca de lana que usas siempre, pero no tiene el característico olor que tienen los perros, que se te pega desde que lo tocas y no consigues librarte de él hasta que te restregas con la esponja de crin por todo el cuerpo. Pero cuando abre la boca... ¡ay, cuando abre la boca! tiene una halitosis cabalgante capaz de tumbar a un ejército.
Ya había perdido su color albaricoque para pasar a un color más bien pantano fanganoso, por lo cual decidí bañarlo.
La palabra baño tiene una reacción inmediata en Neo. Creo que también entiende bañito, agua y ducha, porque cada vez que hago referencia a ello, huye como perseguido por diez demonios a esconderse debajo del sillón.
Así que me mantuve callada. Le dije: -Ven, Neo. Él, que siente debilidad por mí, se aproximó al momento. Le quité la correa. -Mala señal, pensaría él. - Esto me huele a chamusquina. Y efectivamente, en menos de dos minutos estaba enjabonado hasta las orejas, intentando que el agua de la ducha no le llegara a la cara. Cuando por fin le quité todo el jabón, decidí hacer algo que ya se me había pasado por la cabeza alguna vez pero que nunca había llegado a hacer: cogí un pequeño cepillo de dientes de viaje y decidí que un buen lavado le ayudaría con su mal aliento.
No sé si fue el sabor del "Colgate", pero no le hizo ni la más mínima gracia, y reaccionaba como si le estuviese lavando los dientes con ácido. Al final, acabé mi operación frotándoselos suavemente con el cepillo sólamente empapado en agua.
Ahora comprendo por qué no se ha desarrollado aún la industria de la higiene bucal canina.
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Sandra -